Publicado en El País de Cali el 30 de septiembre del 2025

Durante su viaje a la Asamblea General de la ONU, el presidente Petro participó en una marcha contra Benjamín Netanyahu y la guerra en Gaza, ejerciendo su libertad de expresión. Aunque su presencia en la manifestación era legítima, el problema surgió cuando, en su discurso, invitó a soldados estadounidenses a desobedecer órdenes, lo que derivó en la decisión del gobierno de Trump de revocarle la visa. La medida fue presentada por el Departamento de Estado como una consecuencia de sus declaraciones, que contradecían la Constitución de ese país.

La reacción del Presidente no se hizo esperar: afirmó que no le preocupa perder la visa porque cuenta con ciudadanía europea, lo que le permite viajar mediante el ESTA. Incluso expresó orgullo de que varios de sus funcionarios tampoco la tengan, argumentando que se trata de un acto de dignidad frente a “un país que apoya un genocidio”. En solidaridad, la canciller Rosa Villavicencio y el ministro de Hacienda, Germán Ávila, anunciaron la renuncia a sus visas estadounidenses, decisión que, lejos de ser simbólica, limita su labor como representantes del Estado. Estas renuncias pueden sonar coherentes con un discurso ideológico, pero implican costos diplomáticos y económicos para el país.

El contexto internacional vuelve aún más delicada esta postura. A partir de enero de 2026, Colombia ocupará un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, instancia decisiva en los asuntos de paz y seguridad global. Allí se discuten conflictos de gran envergadura, como la guerra en Ucrania, la situación en Palestina o una posible crisis en Taiwán, además de temas transversales como el cambio climático. La ausencia de la Canciller en Estados Unidos, país sede de la ONU y actor con poder de veto, limita la posibilidad de que Colombia participe de manera plena y con la influencia que el cargo demanda. En un escenario en el que el país podría elevar su perfil diplomático, la decisión de renunciar a la visa reduce la capacidad de incidir en debates que impactan directamente en la política internacional y en los intereses nacionales.

La renuncia del Ministro de Hacienda no es menos problemática. Colombia depende en gran medida de organismos multilaterales con sede en Washington, como el FMI y el Banco Mundial, así como de reuniones con calificadoras de riesgo e inversionistas internacionales. En un momento en el que la economía nacional enfrenta presiones fiscales y necesita atraer inversión, la ausencia del Ministro en estos escenarios envía un mensaje de desconexión con la realidad. Lo que debería ser una oportunidad para generar confianza se convierte en una muestra de subordinación ideológica.

Más allá de estas renuncias, preocupa el doble rasero en la política exterior del Presidente. Petro critica con fuerza a Israel por la ofensiva en Gaza, pero guarda silencio frente a las atrocidades cometidas por Rusia en Ucrania. Ha llegado incluso a negar la existencia de crímenes de lesa humanidad en ese conflicto y a culpar a Europa occidental de su origen, eximiendo a Putin de responsabilidad. Al mismo tiempo, evita pronunciarse sobre la persecución contra la minoría uigur en China. Esta selectividad en la denuncia debilita la coherencia del discurso y acerca a Colombia a regímenes autoritarios, alejándola de democracias que podrían ser aliados naturales.

El país atraviesa además múltiples crisis: un sistema de salud en riesgo de colapso, dificultades fiscales que amenazan la estabilidad económica, una inminente crisis energética y un deterioro evidente de la seguridad ciudadana. En este contexto, la política exterior debería estar al servicio de los intereses de la nación y no de una agenda de militancia ideológica. La revocación o renuncia a visas puede ser útil para generar titulares, pero no resuelve ninguno de los problemas reales que enfrentan los colombianos.

Colombia necesita un gobierno que actúe con pragmatismo y cabeza fría, capaz de fortalecer las relaciones internacionales y de aprovechar los espacios diplomáticos en beneficio del país. Lo que se requiere es trabajo serio, soluciones concretas y una política exterior profesional, no cortinas de humo ni gestos simbólicos que ponen en riesgo la credibilidad nacional. El desafío está en gobernar, no en hacer campaña.

MARIO CARVAJAL CABAL

Analista de Política Exterior

Twitter: @Mariocarvajal9C

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